martes, 12 de marzo de 2013

LAS TRES SEMILLAS


Trasportadas por el viento, tres semillas cayeron en el erial. Enterradas en terreno tan hostil, las semillas se interrogaban por sus posibilidades de supervivencia, tratándose, en cualquier caso, de una empresa ardua y difícil.

Antes de pudrirse de incertidumbre, la primera de ellas decidió germinar. Con mucho esfuerzo surgieron los primeros brotes que, al no hallar sustento en el terreno, perdieron su fuerza; mustiado el arbusto, sirvió de pasto a un rebaño de cabras que cruzaba el valle. 

Visto lo sucedido, la segunda semilla decidió convertirse en un zarzal, que no necesitaba demasiado para crecer y cuyas espinas alejarían a los depredadores. Sin embrago, las aves rehusaron anidar entre sus pinchos y su follaje ausente  apenas ofrecía sombra bajo la que guarecerse.  El zarzal sobrevivió llevando una existencia de resentimiento y soledad.

La tercera contemplaba el destino de sus hermanas, temiendo el momento de aflorar, pero un día pensó: “¿y si en lugar de crecer hacia fuera, lo intento hacia adentro?” Y así se decidió a excavar en el árido terreno.  Al principio resultó muy duro, dado que la tierra era seca y compacta y desgastaba las raíces en su avance. Pero según, se adentraban, el terreno comenzó a reblandecer y humedecerse hasta dar con una corriente de aguas subterráneas. 

El agua ascendió por las raíces y vigorizó la semilla que reunió fuerzas suficientes para emerger convertida en un frutal. Alimentándose de la energía de la tierra se enfrentó a las adversidades del terreno. Los pastores decidieron proteger aquel árbol singular y espléndido para gozar de sus frutos. Y tanto el matorral como la zarza, pudieron disfrutar de la sombra y la compañía de aquella semilla que había optado por crecer hacia dentro antes de hacerlo hacia fuera. 

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