Al amanecer, desde lo alto, la nota SI observaba con desdén a sus compañeras, preguntándose qué hacían el resto de notas desparramadas
por las filas más bajas del pentagrama.
“¿Cómo pueden vivir así?”- se interrogaba- “¿No perciben que se puede subir tan alto como yo? ¿No echan de menos la enorme belleza
que se contempla desde aquí?” Y proseguía, irritada: “¡Mira la haragana de DO
que camina todo el día con los pies a rastras! O FA que se cree el no va más
por sonar sobre tres notas. ¡Si tuviera la oportunidad de vislumbrar, por un
momento, todo lo que tiene por encima se iba a llevar un buen chasco! Y qué
decir de mi vecina, LA: apunta maneras pero tiene tanto que aprender antes de sonar como
yo ¡menuda presumida!”
Día tras día, la nota
SI mascaba el desprecio hacia sus compañeras y este se disparaba cuando el
violinista interpretaba la partitura que componían: “Pero qué tosquedad la de
DO, qué anodino RE, qué vulgar resulta MI, qué engreída FA, qué inmadura esa
SOL…” Llegó a detestar tanto al resto de notas que deseaba su extinción.
Y así, un día, sucedió…
Fulminadas por el desprecio de SI, la partitura quedó
reducida a una infinita sucesión de si misma que, al ejecutarse, solo lograba,
primero, aburrir y después, irritar. Tras un par de conciertos en los que tan
solo cosechó abucheos, el violinista desechó la partitura encerrándola en un
cajón.
Desterrada en la oscuridad, la nota SI se sintió tan sola y
abandonada que comenzó a recordar a sus compañeras: aquellos chistes gruesos de
DO que, aunque no quisiera reconocerlo, le hacían reír entre dientes; la
entrega de RE: siempre dispuestas a salvar hasta la peor interpretación; el
modo en que la alegría de MI se contagiaba al resto de la escala; e incluso, la
presunción de FA que lograba sacar todo el partido de sus escasos recursos…
La añoranza de SI se transformó en llanto. Tal cantidad de
lágrimas que empaparon la partitura y al ser descubierta por la doncella pensó
que su señor, en un descuido, había vertido líquido encima de la misma. Y para evitar que se estropeara la tendió a
secar.
Los primeros rayos del sol albergan sus más mágicas cualidades
y al ir secando las lágrimas de dolor de SI, fueron restituyeron la partitura
original. Cuando el violinista amaneció, al encontrar la partitura, la leyó
curioso pues aquella obra no le resultaba ajena. Tatareo la composición y
decidió que tal era la pieza que buscaba para abrir su próxima actuación. Y SI concluyó que nada se podía lograr en esta vida sin el concurso y la variedad del resto de la escala.
Una ligera lluvia salpicó las notas que se interrogaban
extrañadas acerca de tan extraño fenómeno: eran lágrimas de SI, de felicidad esta vez, sí.