miércoles, 10 de abril de 2013

LOS TEMORES DEL NÓMADA

Habían pasado tantas jornadas peregrinos en busca de un lugar donde asentarse, que los nómadas apenas recordaban cuando partieron en pos de la tierra propicia.

La noche iba cayendo al ritmo que marcaban sus pisadas, cuando uno de los caminantes señaló un valle emergente en medio de la tierra hostil. Aquella hondonada ofrecía todo lo que, durante años, habían buscado: un bosque donde extraer la madera de sus futuros hogares, un manantial de agua limpia que canalizar y una tierra con los recursos suficientes para establecerse después de años  de trashumancia. Los nómadas entonaron vítores, saltaron y se abrazaron celebrando el final de su larga travesía. No obstante, el líder de la tribu decidió que el descenso era demasiado peligroso como para enfrentarlo de noche. “No arriesgaremos nuestras vidas por pasar nuestra última noche al raso.”

Mientras preparaban el campamento y alimentaban la fogata que les guarecería del frío, se hizo un incómodo silencio. El júbilo inicial tornaba en un murmullo meditabundo en que las dudas de cada cual comenzaron a aflorar. “¡Después de todo lo  andado, aún nos queda descender la escarpada pendiente hasta el llano!” se quejaba uno. “¿A qué clase de amenazas nos tocará enfrentarnos ahora para defender un terreno tan codiciado?” opinaban otros. “Preparar la tierra, sembrar, cultivar y recolectar para que al final llegue una ventisca, arruine las cosechas y muramos de hambre” rumiaban los demás.  “Quizás sería mejor continuar caminando hasta encontrar otro lugar más adecuado”. El jefe observaba la escena en la distancia, pesaroso al comprobar que sus temores se confirmaban. Finalmente, cuando el murmullo se hizo ensordecedor, alzo la voz por encima de su tribu:

“Hermanos, habéis sido valientes caminando hasta aquí.  Vuestro cuerpo se ha fortalecido en la adversidad del camino y vuestro espíritu ha cultivado la paciencia, la perseverancia y la abnegación a cada paso. Pero recordad que cuando nos aferramos demasiado a las virtudes, estas se convierten en pecados. Ahora nos hallamos ante nuestro futuro poblado, del que os corresponde disfrutar por derecho pero, antes de entrar, os voy a exigir una condición. Todo el que decida franquear su entrada, ha de abandonar allí el peor de los temores del nómada: el miedo a encontrar lo que buscamos”.

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